La Gaceta de Canarias: un lustro de injusticia
El panorama de despidos, impagos y cierres patronales es moneda de uso común en cualquier sector laboral de España, pero si nos centramos en los medios de comunicación, este es el pan nuestro de cada día. Aprovechando la situación por la que están pasando los compañeros de Intereconomía, con una cifra bastante considerable que llevan meses sin percibir sus emolumentos, vuelvo a traer a colación el disparate churrigueresco que desde finales de 2008 afectó a un proyecto sólido como era el de La Gaceta de Canarias y que, cinco años después, sigue sin resolverse y con un simulacro de empresario (y también de persona) llamado Fernando Peña Suárez, máximo exponente de la constructora Salatín y que compró el diario a otro simpático golfillo llamado Jesús Martínez (éste, al menos, mal que bien, iba pagando a sus empleados) para conseguir cerrarlo meses después.
El señor Peña (si es que merece tal etiqueta) entró en el periódico como un paquidermo en una tienda de porcelana china, asegurando (no es literal) que a él el dinero le salía por el esfínter, que traía un proyecto sólido y que al menos durante un lustro nadie iba a tener que estar pidiendo por las esquinas. Vamos, que trabajar en La Gaceta iba a ser poco menos que la repera. Y a fe que lo fue, desde luego, durante cuatro meses fue abonando unos salarios irreales, muy por encima de lo que marcaba el mercado en esos momentos y pese a los consejos de un comité de empresa al que echó con cajas destempladas y puso en la calle demostrando, desde luego, toda una ignorancia en cuanto a legislación se refiere.
Eso sí, en agosto de 2008, este sujeto y su partenaire, una tal Elena Rodríguez Darias, conocida como la ‘peluquera-manicura’ se plantaron en medio de la redacción y con la caradura que a ambos le caracteriza dijeron sin sonrojarse que todo el plantel cobraba mucho y que ellos, salvo que la plantilla aceptase una rebaja salarial y que hubiese un sacrificio de una decena de empleados que se fuesen a donde el malogrado Jesús Gil solía mandar a quienes no le daban la razón, es decir a la p….calle, estaban por la labor de echar el candado, cosa que al final tuvieron que hacer al quedarse sin empleados y, lo más importante, sin producto que sacar a la calle. Por deber, le acabaron debiendo hasta al mendigo que se ponía en la puerta de Mercadona (el supermercado que estaba justo al lado del diario).
Pues bien, a día de hoy, un lustro después de haber engañado y estafado este par de SINVERGÜENZAS a más de un centenar de empleados, la Justicia sigue obstruyendo con chorradas de más diverso calado la resolución del caso. Siempre se amaga con derivar en el Fondo de Garantía Salarial, pero lo cierto es que el propio Fogasa no está para bromas (y eso que hablamos de un tope de un 60% aproximadamente de lo que se adeuda). ¿Alguien se ha preocupado por saber de qué han vivido personas con cerca de 60 años durante estos años? Nada, los tribunales no entienden de dramas convivenciales y tampoco de cómo el jeta del constructor y la ‘manicura-peluquera’ se siguen riendo a mandíbula batiente de los ex empleados, de la Justicia y de quien, por desgracia, se los crucen por la vida.
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