Blesa y los 82 ladrones
La caradura de los 82 consejeros y altos cargos directivos de Caja Madrid que utilizaron, agotaron y dejaron casi sin banda magnética las famosas tarjetas opacas no tiene parangón. Habría que retroceder mucho tiempo atrás para encontrarnos a gente de tan poca ética, escasa moral y mucho morro. Da igual que Rato, Rita o Maroto el de la moto digan que van a devolver la pasta que han trincado. Es que el gesto que tuvieron en su momento imprime un carácter indeleble y deja a estos abyectos elementos a los pies de los caballos de la inmundicia más aberrante.
Los caballeros de la mesa redonda de Caja Madrid actuaron más bien como los 40 ladrones (bueno, más bien 82) y Alí Babá se reconvirtió en una especie de Alí Blesa, un tipo nada recomendable que repartía a ojo de buen cubero los porcentajes de ese asqueo de saqueo a mano armada que perpetraron durante años. Para que ustedes lleguen a darse cuenta de hasta dónde ha llegado la mangancia de estos delincuentes, Blesa, por ejemplo, llegó a escribir un correo electrónico donde reconocía abiertamente que había engañado a los clientes colocándoles no sé cuántas preferentes. Claro, luego, cuando ha llegado el tío Paco con la rebaja, resulta que aquí nadie sabía absolutamente nada. ¡Hay que tener papo!
Lo peor de todo es que toda esta caterva de impresentables, cuando sabían lo que iba a suceder, la intervención y nacionalización de Caja Madrid, ya reconvertida entonces en Bankia, se dedicaron a asaltar el cajero automático y un señor como Moral Santín (pura ironía de bautismo) se cepilló medio kilo a golpe de acudir a los cajeros y sacar hasta medio millón de euros para que, de paso, no quedase constancia alguna en los registros contables, en esos fallos informáticos que era como nombraron los (ir)responsables de la entidad a esos dineros que nunca más iban a regresar de vuelta a las arcas.
Otros, como algún sindicalista avispado, se fundieron la pasta en la sección del buen gourmet del El Corte Inglés, pagaron cacerías exclusivas, compraban joyas para mujeres, amantes o lo que fuese. La fiesta para ellos era continua mientras el resto de españolitos hemos tenido que poner casi 24.000 millones de euros para pagar este y otros atracos a mano armada. ¡Menuda cara más grande!
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