Santa Cruz de Tenerife, de nuevo engullido por las aguas
No aprendemos en la isla de Tenerife. Un año más y van no sé cuantas veces desde 2002, en que la zona metropolitana especialmente se ve desbordada por fortísimas lluvias que, siendo sólo de unas pocas horas, dos o tres, acaban provocando una verdadera catástrofe y, desgraciadamente, llevándose por delante la vida de una persona, en este caso el de una mujer en la Avenida de Venezuela, en Santa Cruz de Tenerife, víctima de un infarto cuando vio la que se le venía encima. Da igual las millonarias pérdidas que se hayan podido provocar con este temporal. Basta con el simple hecho de que se haya perdido una vida humana para que todo lo demás, dentro de un contexto, sea secundario.
Una vez más nuestros políticos vuelven a acordarse de Santa Bárbara cuando truena, pero, como siempre, esos lamentos llegan tarde. Seremos muchos los ciudadanos y políticos de la oposición los que habremos denunciado por activa y por pasiva el pésimo mantenimiento de nuestros cauces, la limpieza de las alcantarillas, el comprobar que no haya edificaciones taponando los cursos naturales del agua. Pero claro, pedir eso parece de locos cuando estamos en pleno verano, que mola más estar en la playa que no pasando calufo por los barrancos. Pero el otoño llega y con él suelen pasar estas cosas.
Así las cosas, si no me falla la memoria, ya ha habido grandes riadas en la capital tinerfeña en 2002, en 2010 y en 2014 y ahora, como entonces, podrían haberse minimizado los daños de haber hecho las cosas con un poco más de tino. Pero, claro, entre que pasamos un tranvía por el cauce natural de una barranquera, que tenemos hechas una porquería las alcantarillas y registros de la ciudad y que nadie se encarga de limpiar los cauces de los barrancos como Dios manda, pues pasa lo que pasa. Ahora todo es mirarse unos a otros y no les extrañe que el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, el Gobierno Canario o el Cabildo de Tenerife culpen al Instituto Nacional de Meteorología de falta de previsión, que suele ser la excusa ideal, el comodín de la llamada al que acogerse cuando una administración local ha hecho clara dejadez de funciones.
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