El 'Madrid Arena' que pudo darse en el Barrio del Pilar
Este ha sido el primer año que he tenido la oportunidad de vivir más de cerca las Fiestas del Barrio del Pilar, en Madrid, y puedo decir con conocimiento de causa que no me extraña que las familias con dos dedos de frente huyan despavoridos ante el ambiente que rodea a las mismas. Mesnadas de adolescentes e imberbes adultos llegaban de todas partes de la capital como las tropas de Atila. No parecían personas, sino auténticos hunos, con la única diferencia que por donde ellos pasaban crecía la mierda, toneladas de porquería, mayoritariamente latas y botellas, así como restos de cajas de comida rápida, amén, por supuesto de la escandalera que iban metiendo ya de madrugada, reventando el plácido sueño de los vecinos de la zona.
No se trata, por si alguien tiene la tentación de pensarlo, de pedir al Ayuntamiento o a la concejalía correspondiente, que erradique la feria y actos paralelos. En absoluto, pero sí que se ponga un control estricto para evitar que este evento se convierta en un botellódromo autorizado por la mera pasividad de los que tendrían que poner orden y concierto. Por ejemplo, en el Metro, por muchos vigilantes de seguridad, el espectáculo de gritos, berridos y patadas a todo lo que se encontrase por delante era para poco menos que para asustarse. Unos verdaderos hooligans a los que, sólo con un poco de suerte, algún policía les pedía documentación. De resto, a campar a sus anchas.
Pienso que, a pocas semanas de que se celebre el segundo aniversario de la negra noche del Madrid Arena, aún tenemos mucho camino que recorrer en materia de prevención de desgracias. Sin ir más lejos, el pasado sábado, en medio de una espectacular tormenta con aparato eléctrico incluido, cientos de auténticos vándalos tomaron al asalto La Vaguada para guarecerse de la lluvia, pero lo peor es que, pasadas las diez de la noche, intentaron meterse en la zona de tiendas que ya estaba cerrada, generando más de un problema con los guardias de seguridad. De verdadero milagro no se produjo una desgracia, pero más de uno vimos como aquello, de haber seguido llegando más gente, hubiese podido reproducir fielmente una verdadera tragedia como la que tuvimos que vivir aquel desdichado 1 de noviembre de 2012. Y es que algunos se empeñan en no aprender de los errores. Los primeros, los propios ciudadanos (bueno, algunos de ellos).
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