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Desde mi escaño

Pillastres que acechan en Doña Manolita

Pillastres que acechan en Doña Manolita

No me extraña que en esta nuestra España tenga el predicamento que tiene un golfo como el Pequeño Nicolás. En cierto sentido, no hemos avanzado mucho desde los tiempos de Rinconete y Cortadillo, somos una nación donde el pillo es quien suele llevarse la fama y el premio gordo. Aquí da igual que seas un potentado, un experto en las áreas del saber o la persona más educada del mundo. Como no estés listo, te comen la tostada en menos que canta un gallo.

Todo esto viene a colación por la última práctica que viene dándose en un lugar tan concurrido como es Doña Manolita en estos días de tanto trajín. Acabado el Sorteo de la Lotería de Navidad, ahora viene el del Niño y, con menos días para tentar a la suerte, las colas en torno a este templo de la fortuna son tan kilométricas como las que pueda haber, salvando las distancias, a Lourdes, Fátima o a La Meca. Todos quieren su pedacito de suerte, pero no todos están dispuestos a gastar su tiempo, entre 45 minutos y más de tres horas (según el momento del día) en una fila que, dicho sea de paso, llevan perfectamente organizada los empleados contratados para tal menester.

Y el caso es que, aparte de los tentadores vendedores ambulantes que te ofrecen lotería de Doña Manolita a dos euros de comisión para ellos, es decir, pagas 22 en vez de 20 por cada décimo, están esas personas que, cuando ya estás cerca de la puerta de Doña Manolita, te piden que si les puedes comprar dos, tres o cuatro décimos que terminen en una cifra concreta. Normalmente son señoras mayores, bien arregladas, que con cara de Calimero y sonrisa lastimera te intentan endilgar la pasta a ver si cuela, pero ya la gente suele estar avisada y no les cogen el dinero por dos razones, primero por respeto a la cola que hay tras ellos y luego, ya en el plano individual, porque no sabes si te está tratando de meter dinero falsificado e imaginarse posteriormente la vergüenza que uno puede pasar frente a la vendedora.

Aun así, estas señoras intentan pasar el filtro y de vez en cuando cae algún incauto que, desde el momento que alguien que está detrás en la cola se da cuenta de la jugada, se monta la de San Quintín. Es que hay que tener verdadero morro para hacerlo y encima no ponerse coloradas cuando todo el mundo las empieza a increpar. Por eso no es de extrañar que aquí triunfe gente como el Pequeño Nicolás.

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