Denuncia falsos malos tratos y vete de rositas
Entiendo perfectamente a Juan Fernando López Aguilar. No voy a convertirme en un juez de papel porque los que tendrán que juzgar y dirimir la inocencia o culpabilidad del exministro de Justicia y eurodiputado socialista son los magistrados de verdad. Sin embargo, entiendo y comprendo a este político y sé de buena tinta de lo que está hablando cuando dice que a veces los divorcios causan trastornos de personalidad. Quien suscribe, pasó por un episodio similar.
Hay quien con mucha mala baba ha comentado que le está muy bien empleado a López Aguilar por haber aprobado una legislación que iba en contra de los hombres porque admitía a trámite denuncias que, como en el caso que nos atañe, pueden ser más falsas que un euro de madera. Es posible que el exministro se equivocase en el planteamiento y ahora se haya visto atrapado en la trampa jurídica ideada en su momento. Es verdad que debe priorizarse la protección de la mujer, aunque tampoco convertir la ley en un ‘todo el monte es orégano’ porque sinceramente no puede ser que tras una denuncia viciada de falsedad, la denunciante se vaya de rositas.
Miren, sé que eso de hablar en primera persona no queda elegante, pero para que entiendan por la que está pasando Juan Fernando López Aguilar, les diré que yo sufrí un caso idéntico. En su momento pedí el divorcio, quise ir por la vía más diplomática y pacífica y cuando sólo estaba a dos o tres semanas vista para el juicio me cayó de plano una demanda por malos tratos…¡sin estar viviendo en el mismo domicilio de quien fuese mi pareja! Sí, todo podía ser que la hubiese caneado en la calle o ido a su casa a horas intempestivas. Pero no. Sin comerlo ni beberlo me llaman una mañana de mayo de 2006 para decirme que me habían denunciado por malos tratos.
Para no cansarles, les diré que rápidamente tuve que llamar al abogado, personarnos en los juzgados, ser interrogado y, posteriormente, escuchar de mi abogado que le proponían que si no íbamos a juicio, la pena de dos años de cárcel se conmutaba por unos miles de euros y nueve meses de trabajos sociales. ¡Ni un céntimo, le dije al letrado! Tan seguro estaba de mi inocencia que le insistí que al juicio de cabeza, que yo no me prestaba a una componenda, máxime sin haber tocado un pelo a nadie. Eso sí, hasta que se celebró el juicio tuve una orden de alejamiento de 500 metros. En la vista, mi denunciante fue incapaz de sostener su denuncia y la juez sentenció mi inocencia y además sin posibilidad alguna de recurso. Eso sí, los 2.000 euros de abogado, procuradora y el mal rato que me hicieron pasar eso no te lo devuelve nadie.
Artículo publicado en la edición canaria de ABC
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