¡Menudo minusválido!
Podía haber pasado en cualquier lugar de España, pero la noticia se ha producido en Santa Cruz de Tenerife. Me refiero a esos pícaros que quisieron asegurarse por toda la cara una plaza de aparcamiento enfrente de su casa y no tuvieron mejor ocurrencia que imitar la estética de los estacionamientos reservados para los minusválidos. Y la jugada les hubiese salido bien de no ser porque unos agentes pasaban por la zona y les requirieron los permisos pertinentes del trabajo que estaban realizando. Obviamente, no tenían ninguno de los papeles exigidos y ahora se arriesgan a una multa administrativa por intentar apropiarse de manera ilícita de un tramo de vía pública.
Este hecho me sirve de hilo conductor para pensar profundamente en que vivimos en una sociedad donde el timo, el estacazo, el llevárselo crudo a cambio de nada es la moneda de uso común con la que intentamos pagar al prójimo. Alguien podría pensar que el hecho de que unos vivales en la capital chicharrera intentaran engañar al Ayuntamiento tomando prestado un trozo de vía pública para evitarse la ardua tarea de dejar cada día su coche no debería pasar de un suceso gracioso, algo con lo que poder echarse unas risas a la hora del aperitivo, con una pulguita en una mano y una marimba en la otra. Pero no, este suceso debería hacernos replantear que por estas cuestiones nimias que al final se quedan en categoría de mera anécdota es por donde se filtra el virus de la corrupción que luego llega a los órganos vitales de nuestro sistema democrático.
Porque, puestos a ser imaginativos, ¿no creen que si hoy permitiéramos que un fulanito se mame, con perdón, unos metros cuadrados de red viaria, mañana esa misma persona no intentará cobrar una comisión o, pasado mañana, convencer a un empresario para que compre unos terrenos frente a Las Teresitas a sabiendas de que el Plan General de Ordenación Urbana impide edificación alguna frente a la playa? El sabio refranero español lo dice claro, quien hace un cesto, hace cientos, miles y hasta un millón, amén de que la avaricia acaba rompiendo el saco.
Por eso, aunque a todos nos pueda provocar cierta hilaridad el episodio de los caraduras que intentaron falsificar un aparcamiento para minusválidos, no debemos dejar caer la noticia en el olvido. Seguro que a los vecinos de la zona, conocedores del asunto, no les habrá hecho mucha gracia y seguro que a partir de ahora muchos de ustedes no se partirán precisamente la caja cuando sepan que su vecino, por poner un ejemplo, intenta hacerse pasar por minusválido para recibir una paga o truca los contadores para imputarle su gasto de luz a otra vivienda. Piénsenlo. Los grandes hurtos comienzan con estas pequeñas trampas.
Artículo publicado originalmente en ABC Canarias
0 comentarios