Caduca propuesta low cost con los vuelos entre Canarias
Es el cuento de nunca acabar, un mantra que se ha instalado desde hace muchos años en el Archipiélago, pero que nadie es capaz de solucionar, bien por falta de ganas o bien porque, sencillamente no puede hacerse nada por ponerle remedio a la cuestión. Me refiero al coste de los vuelos entre islas, un tema que, como el turrón, aparece puntual y regularmente en nuestra mesa informativa servido adecuadamente por unos parlamentarios que, a falta de propuestas más atractivas, tratan de matar moscas con el rabo o, dicho de otra manera, tratan de justificar el bien pagado sueldo que perciben a final de mes.
En esta ocasión la encargada de recordarnos, como si no lo supiéramos ya, que las conexiones dentro del Archipiélago nos cuestan un ojo de la cara ha sido la diputada Nereida Calero, que reclama al Gobierno de Canarias que exija a las aerolíneas que operan entre las Islas unos precios competitivos y ajustados a la realidad socioeconómica regional. La de Coalición Canaria ha especificado que sale mucho más barato un avión entre Fuerteventura y cualquier ciudad de Alemania que entre el aeropuerto majorero y el de Los Rodeos, en Tenerife.
Sí, muy cierta la exposición de la señora Calero, pero, ¿aporta algo nuevo? Este cuento lo llevo escuchando desde hace varios años. Allá por 1999, quien suscribe, estaba trabajando en La Palma y casi me salió más barato un vuelo desde el aeropuerto de Mazo al de Madrid Barajas que salir desde la Isla Bonita a Tenerife. Y así hemos seguido por lustros gastando mucha saliva, mucho papel, mucha rueda de prensa, pero las compañías han seguido haciendo lo que les viene en gana o, mejor dicho, lo que la ley les permite hacer y, evidentemente, nadie con espíritu empresarial va a regalar o dar duros a cuatro pesetas. Es de cajón.
Está muy bien jugar a eso de ser una diputada concienciada con el padecimiento de unos ciudadanos que observan como les sale por un pico de la cara ir a trabajar o hacer turismo entre islas, pero en realidad esto no deja de ser una magnífica partida de póker o de mus, incluso una performance magnífica en la que un político, en este caso Nereida, ocupa el papel de gancho de unos trileros que mueven perfectamente la bolita de la preocupación de los pasajeros por el alto coste de los billetes insulares y luego, cuando levantamos todos los cubiletes, descubrimos el avieso truco, que no hay nada debajo de ellos, que una vez más nos han traído un tema de primordial interés, pero a sabiendas de que la ley está hecha para que las compañías aprovechen algo tan sencillo como poner unos precios desorbitados ante una alta demanda y una oferta demasiado limitada.
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