Molestos Pokemons
Es el jueguecito de moda, pero va a terminar dando más de un quebradero de cabeza a todo aquel incauto que se tropiece con esa tribu de jugadores impenitentes para los que no existen obstáculos ni peligros. Es más, los que no vamos por la calle con el dispositivo móvil jugando o whatsappeando tendremos que ser los que hayamos de tener cuidado de no tropezarnos y acabar teniendo un incidente con estos elementos. Capaces son, incluso, de acusarnos de hacerles perder una partida.
Me estoy refiriendo, por supuesto, a esta legión de jovenzuelos (y quienes no lo son tanto) que se dedican en cuerpo y alma a gastar su tiempo y sus energías en el famoso Pokemon GO, ese juego que ahora tiene que disputarse en plena vía pública o en lugares públicos como cines, museos, conciertos e incluso transportes públicos. Es la nueva fiebre ante la que se han disparado y rebasado las previsiones de la compañía. Y en España, como somos un país de extremos, estamos superando a los Estados Unidos y a Alemania en esto de cazar monstruos y que se vayan preparando los chinos y los japoneses.
Sin embargo, insisto, como toda moda que tomamos al asalto, resulta molesto cuando estos Pokefans te van cortando el paso por las calles, se interponen delante tuya cuando estás viendo una obra de arte o incluso, y esto lo he presenciado en el Metro de Madrid, los malos rollos con otros pasajeros porque si alguien parece que te enfoca com el móvil puedes pensar lícitamente que te está sacando una fotografía sin tu consentimiento, aunque sea verdad que, virtualmente, tengas un maldito Pokemon encima de tus hombros.
Y, por supuesto, habrá que empezar a controlar las llamadas ‘Pokequedadas’. Miren, si quieren hacerlas en la Casa de Campo, que es muy grande, fantástico, pero no tiene fundamento alguno realizarla en la Puerta del Sol y menos aún en horas en las que está atestada de turistas o de gente que va a comprar a las muchas tiendas existentes en la zona. Esto es tan sencillo como respetar el principio básico de que la libertad de unos acaba donde empieza la de los otros. Una norma esencial de convivencia.
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