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Desde mi escaño

La pirómana gallega de los...mecheros

No diré que haya que quemarla como hacía la Santa Inquisición con las brujas, pero algún tipo de escarmiento debería de recibir esta pirómana gallega a la que han pillado con nada menos que quince mecheros en su poder y toda una serie de elementos para poder avivar las llamas de los incendios que estaba provocando. Por fortuna, la sujeta fue pillada in fraganti cuando se preparaba para seguir provocando el pavor en la provincia de La Coruña.

Salvo que responda su descerebrada acción a una motivación económica, y en eso la ley española es ahora mismo bastante estricta en cuanto a preservar el suelo quemado de cualquier tipo de especulación inmobiliaria, lo que ha hecho esta incendiaria responde más bien a un acceso de locura, a alguien que no está nada bien de sus cabales, a una persona que tiene que ingresar, o ser ingresada, en una institución mental porque no sé cuál puede ser el placer que proporcione quemar el bosque y, de paso, provocar que miles de personas deban ser desalojadas de sus viviendas.

Y es que para quienes no conozcan Galicia, resulta que tiene un territorio con tres cuartas partes, o incluso más, de masa forestal y muchos núcleos de población se hallan perfectamente asentados en esas zonas, pequeños pueblecitos que viven básicamente de la agricultura o de la ganadería y que estos días han tenido que huir despavoridos de sus hogares por la llegada de las llamas y con el miedo en el cuerpo ante el temor de que su modo de ganarse la vida haya sido pasto del fuego.

A personas como esta pirómana lo que habría que hacerle, a modo de experimento, es encerrarla en una jaula y ponerla entre dos focos de incendios para que sepa realmente lo que han vivido otras personas, víctimas de su acción desnortada y que ha puesto a Galicia contra las cuerdas. Lo peor que tiene este tipo de gente, en el caso de que se demuestre que sufren una patología consistente en encontrar divertido el provocar incendios, es que no suelen tener curación y en cuanto se viese libre volvería, a las primeras de cambio, a hacerse con un mechero o una cerilla. ¡Aviaditos vamos!

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