Santa Cruz, un aburrimiento de ciudad
Santa Cruz de Tenerife sigue siendo un muerto de ciudad, una urbe donde, cuando llega el sábado por la tarde o cae un festivo de por medio, la cerrazón, el aburrimiento y el no saber adónde ir comparten mesa y mantel en uno de los pocos restaurantes abiertos en el chicharro. Lamentablemente, ahora con la Semana Santa que está a punto de expirar, la constatación de esa realidad resulta mucho más cruda y evidente. Nuestros gobernantes, mal que les pese, han conseguido disuadir a los visitantes y también a quienes vivimos permanentemente en la capital. De acuerdo que, por ejemplo, no nos vamos a comparar con el fervor, la devoción y, especialmente, la tradición de la Semana Santa lagunera o, por qué no decirlo, de la orotavense, pero lo que no es de recibo es que los pasos procesionales en Santa Cruz se queden reducidos a la mínima expresión, a una escasa publicidad mediática. No es de extrañar que ayer, por ejemplo, guaguas y tranvías fuesen relativamente llenos con dirección a Aguere.
Pero el problema no sólo se centra en una cuestión de mayor o menor promoción de la religiosidad y de que los vecinos y turistas participen de los actos, que los hay, en la ciudad santacrucera, sino que nunca ha habido o existido un impulso decidido por hacer de Santa Cruz de Tenerife una verdadera capital, una ciudad al estilo de la que nos ofrece Las Palmas de Gran Canaria, con una vida inagotable, inasequible al desaliento e incluso, sin irnos fuera de Tenerife, la actividad y la animosidad que nos depara a cada instante la Ciudad de los Adelantados.
Y es que Santa Cruz de Tenerife, aunque a muchos no les guste escucharlo, siempre ha ido a rebufo del resto en cuanto a la modernidad funcional. No hace mucho tiempo que en esta ciudad, antes de que llegasen los grandes imperios comerciales, la mayoría de negocios echaban el candado a mediodía, incluso el gran emporio de antaño, Maya. Nunca ha habido una ambición, un interés por captar, por fidelizar al cliente. Es más, la implantación de las grandes superficies fue mirada con gran recelo por parte de los pequeños y vetustos empresarios, aunque al final no les quedó más remedio que empezar a innovar para no perder clientela y quien persistió en aplicar caducas técnicas de mitad del siglo XX sólo pudo hacer una cosa, echar el cierre de por vida.
De todas maneras, tampoco es un problema de actividad comercial, sino también de ocio. En poco tiempo, la nula capacidad de mejorar dio al traste con dos multicines y el eterno Cine Víctor. Tan solo las salas que hay en el barrio Salamanca han aguantado el tirón de los Yelmo Cineplex. Y mejor no miremos a la nula programación teatral, con un Guimerá que no hace más que tragarse grandes partidas de reforma, pero que no tienen su continuidad en grandes o pequeñas obras. El Auditorio, amén de pequeño, resulta excesivamente caro para bastantes bolsillos y la vida nocturna, tras prácticamente cargarse el ambiente de la avenida de Anaga, todo se reduce a La Noria y, en último término, a los botellones clandestinos de los aparcamientos del Parque Marítimo. Sí, amigos, esta es Santa Cruz de Tenerife, una ciudad viva…pero de aburrimiento.
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Miguel T. -
Máximo Medina -