Toreando la libertad
No soy partidario de las corridas de toros. Es más, considero una animalada, nunca mejor dicho, que el astado tenga que soportar tales crueldades hasta la muerte. Pero una cosa es que uno pueda tener ese espíritu de WWF Adena, y otro muy distinto es que la política se meta a legislar sobre la conveniencia o no de un acto taurino por el simple hecho de que responde a la más arraigada tradición cultural española. Ahí, les guste o no a los Torquemada de turno, han pinchado en hueso. Podrán establecer todas las prohibiciones que deseen, al final conseguirán que los aficionados al Arte de Cuchares se desplacen a Zaragoza, a Valencia o a Madrid.
Obviamente, me refiero a la prohibición radical que imperará en poco más de 24 horas en Cataluña, ya que la Monumental de Barcelona se apresta hoy a vivir la que será su última corrida por obra y gracia de una nacional-secesionismo catalán que ha conseguido cargarse el espectáculo taurino porque, de manera muy alambicada, estos señores convergentes, socialistas y de esquerra han conseguido vender la falaz idea de que se toma la determinación de erradicar las corridas por respeto a la dignidad del toro. Debe ser, digo yo, del toro español, porque vaya usted a muchos municipios costeros de Tarragona, por ejemplo, y tendrá que ver como día tras día tienen el toro embolado, al que le ponen antorchas en los cuernos y con el riesgo evidente de quedar ciego, amén de otras animaladas innumerables.
Desde luego, Cataluña, la que se atisbaba décadas atrás como el paladín de la libertad, del progresismo, de ir un paso por delante, se ha convertido en el gran reducto de las imposiciones, de la dictadura silenciosa, de hacer las cosas por real decreto de los políticos. Tratan de cargarse todo lo que huela a España, no les gusta, les repudia la idea a esos descerebrados que residen en la Generalitat de ser confundidos con los españoles. No, por Dios, ellos son catalanes, producto de una estirpe superior que tiene dominada a una población charnega que, embobada, se deja hacer lo que sea con tal de no perder su tarjeta de residente en el ahora imperio de Mas.
Esperemos que si algún día Cataluña recupera la libertad, una de las primeras cuestiones que reinstaure sea la llamada fiesta nacional. Insisto, a mí no me gusta y entiendo que no es de recibo la tortura al animal, pero también es una manera de someter a los ciudadanos esta manera de gobernar, de pensar que eres el único en el universo, que Cataluña es una, grande y libre. Y es paradigmático que quienes más acusaron en su día la falta de derechos y de libertades, los catalanes, ahora se dejen mangonear por representantes mediocres que no quieren que vean espectáculos españoles o que se expresen en la lengua de Cervantes.
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Máximo Medina -