Miguel Ángel Díaz Palarea: Un sindicalista coherente
Se ha ido un sindicalista de los de verdad, un abogado de los de antaño, de los que no se camuflaba en medio de lujos asiáticos o te encandilaba con una verborrea valdanista. Miguel Ángel Díaz Palarea siempre tuvo las puertas de su modesto despacho para cualquiera que quisiera ir a plantearle un problema. Da igual que fuesen las dos de la tarde o las 11 de la noche. Nunca tuvo un no por respuesta, algo que también mamaron (con perdón) sus compañeros y amigos de bufete y a los que ahora les toca continuar dando realce al exquisito y denodado esfuerzo del que siempre han hecho gala.
Personalmente, conocí a Miguel Ángel hace 5 años, concretamente en una asamblea de trabajadores en la extinta La Gaceta de Canarias cuando nos informó a todos los trabajadores que en modo alguno aceptásemos la vil y tramposa propuesta laboral de un indigno Fernando Peña Suárez (Salatín) que pretendía subir los sueldos a cambio de que los empleados renunciasen a su antigüedad. Aquello acabó como el rosario de la aurora, con el propio letrado del empresario enrocándose en una absurda postura ante la falta de argumentos que oponer a los razonamientos de Palarea, el impresentable Peña haciendo el amago de dejar aquello tirado manga por hombro y finalmente el plantel casi al completo haciendo la cola frente a la querida del empresario de Salatín para firmar el nuevo contrato.
Meses después, cuando las predicciones de Palarea se cumplieron y el periódico entró en barrena hasta llegar a su cierre, ya tuve un trato aún más directo con este peculiar abogado y ahí es cuando caes en la cuenta de que estabas ante un profesional que no cumplía los parámetros de cualquier otro abogado. Él no se andaba con rodeos o formalismos legales. Iba al grano, apoyándose además en un ayudante de lujo, nuestro presidente del comité de empresa de La Gaceta de Canarias, Jaime Clemente. De hecho, gracias a sus buenos oficios, conseguimos la rescisión de contrato que nos ataba cuales esclavos a una empresa inexistente y que nos impedía poder siquiera cobrar el subsidio de desempleo.
Pese a que un traicionero cáncer le intentó frenar los últimos años de vida, él siguió activo, pendiente de nuestras demandas y de otras tantas que tenía de otros sectores. Porque Díaz Palarea, insisto, nunca se negó a echar una mano a quien más lo necesitase. Era, de verdad, un sindicalista coherente y una persona con las que poder debatir tranquilamente de todos los temas
y más si era delante de una garimba. Entonces ya aquello eran unas tertulias que, a poco que se te fuese la noción del tiempo, podían darte las dos y las tres de la mañana porque disfrutabas de una agradable conversación. Si me apuras, hasta te podía llegar a convencer de la necesidad de una Canarias libre. Porque, hay que decirlo, aunque estuviese en franco desacuerdo con su postura nacionalista-independentista, es verdad que nunca hizo de ello una cuestión fundamental para aceptar o rechazar a alguien. Al contrario, él disfrutaba de ese juego dialéctico. La pena es que ya sólo nos queda su recuerdo. Descanse en paz.
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Luis Miguel Grandoso -