La puntualidad: una asignatura pendiente
La puntualidad debería ser algo, ya no obligado, sino que fuese una parte de nuestro ADN, algo que llevemos interiorizado como el comer o el dormir, algo tan básico que no olvidemos jamás. Sin embargo, estamos en una sociedad, especialmente la española, en la que nos hemos habituado por desgracia a faltar a algo tan básico como es estar pendientes del reloj cuando se hace perentoriamente necesario estar a las en punto en un determinado sitio, ya sea el trabajo, un almuerzo, una cena, una reunión con las amigas, un viaje, etcétera.
La relación de excusas del impenitente impuntual suele contener frases del tipo: No veas el atasco que hay, No veas cómo viene el metro de mal, Es que había un revisor pidiendo los billetes o los abonos, Es que no me sonó el despertador y así un largo etcétera de excusas que empiezan a darse, además, desde la más tierna edad, con esos escolares que también tenían la fama de nunca ser los primeros en arribar al colegio y las excusas incluso llegaban a acusar a los pobres padres de haberse quedado dormidos y, claro, tener que prepararse ellos el desayuno.
Pues bien, en un colegio en las afueras de Londres ya se han cansado de este tipo de comportamientos, de estos retrasos intolerables y ha decidido poner un cupo máximo de retrasos por mes y por trimestre, de tal manera que cuando se pase ese límite, el centro estará autorizado a meterle mano a la cartera de los padres para que, además, se hagan responsables de su hijo y que éste, al mismo tiempo, sea consciente de que no puede estar jugándose el dinero de sus solícitos papis a la ligera. Es una manera ideal de meter esa disciplina de la puntualidad en vena.
Quien suscribe no es que tenga un máster ni tan siquiera un diplomado de puntualidad, pero al menos intenta cumplir cuando hay una obligación de por medio. A todos alguna vez el despertador nos ha jugado una mala pasada o algún día el transporte público nos ha dejado colgados con huelgas o averías. Pero la excusa vale para una vez, no de manera habitual. En ese colegio de Londres, desde luego, la impuntualidad les puede hacer de oro. Si eso se aplicase en España, resolvíamos el déficit de muchas instituciones de un plumazo por eso nunca lo aplicarán aquí o, en todo caso, habrá previsto un plus de puntualidad, lo cual nos retrata como lo que somos, un país de pandereta y charanga.
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