Los selfies
Me dicen, no sin cierta coña, que debería haber pedido derechos y royalties a Hollywood cuando en la última gala de los Oscar dio la vuelta al mundo una autofoto que se hicieron varios actores. Los llamados selfies hace ahora furor, pero quien les escribe no tiene reparo en escribir que era un obseso de esa práctica que tenían invadido el muro del Facebook o del Twitter, en un claro ejemplo de egolatría, de que grande soy y de cómo yo lo valgo. A Dios gracias, las personas de mi entorno cercano y no tanto me fueron haciendo ver lo vacuo de esa práctica, amén del riesgo en caer en una adicción a autofotografiarme a cada momento del día.
Sin embargo, lejos de hacer como esos exfumadores que ahora no soportan tener a su alrededor a nadie que fume (¡cómo se cambia de estar en un lado de la frontera y pasar al otro y ver la vida de otra manera!) no voy a hacer una campaña en contra de los selfies, válgame el cielo si fuese capaz de tamaña felonía, pero sí que me resulta peligrosa esta práctica cuando no sólo pones en riesgo tu propia vida, sino también la de otras personas. Porque una cosa es hacer el ganso como yo mismo lo estaba haciendo, y otra muy distinta es jugarte tu propia integridad física.
Y es que hemos visto de todo, desde quienes van conduciendo y deciden apartar unas decisivas décimas de segundo los ojos de la carretera para hacerse un selfie, tiempo suficiente para poder empotrarse contra el vehículo de delante o llevarse por delante a un peatón, hasta quienes en una carrera por las calles de nuestra ciudad deciden pararse en medio de la calzada y dejar constancia de estar en la prueba, aun a riesgo de que otro corredor se tope con él, el móvil se vaya a hacer gárgaras y empiece una brutal pelea.
Pero lo que se ha visto en estos Sanfermines ya es de traca. Ese sujeto de la camiseta roja haciéndose un selfie delante de los toros es no sólo para que le encierren, sino para que ya no vuelva a tomar parte nunca más en un encierro, amén de pagar religiosamente una multa que jamás olvide. Una cosa es tapar con mi fea cara el Teide con tal de salir yo en la foto y otra bien diferente es demostrar ese poco amor a la vida propia y a la de los demás. Pero en fin, es tan compleja la mente humana en ocasiones.
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