Las penas con 'Pan(toja) y dinero' son menos penas
Tiene guasa la cosa. La llamada prensa del corazón lleva unos cuantos días tocando los timbales cosa fina con eso del encarcelamiento de la tonadillera Isabel Pantoja. En estos días donde todos parecen volverse más tiernos (ya tienen más de 350 días al año para comportarse algunos como verdaderos hijos de puta), resulta que ahora casi que ha faltado hacer una campaña en Change.Org para que pongan en la calle a la cantante porque entienden que es una crueldad que esa señora tenga que pasar las Navidades alejada de sus seres queridos.
Sí, claro que es una putada, exactamente la misma que cualquier otro preso común que ve como estos días tiene que pasarlo entre cuatro paredes y tomando sólo alguna pieza de dulce navideño comprado en el súper de la esquina. Sinceramente, si no me conmueve el presidiario que se está pudriendo por mangante, drogadicto o maltratador, menos pena me va a dar de esta presunta choriza que tuvo la caradura de decir que ella mantenía a otro chorizo de primera categoría como Julián Muñoz.
Afortunadamente, en este país vamos viendo como los famosos ya empiezan a perder esa impunidad social que casi le impedía entrar en la cárcel. Parecía que su tope de desdoro público estaba en pisar un juzgado y verse declarando ante el juez. Pero ya eso no es suficiente. Ahora no vale con la humillación, ahora tienen que verse en la soledad de una celda y además con el postre de que tienen que devolver toda la pasta que han trincado.
Porque, y esta es buena, la señora Pantoja hará muchos quejaos y lo que ustedes quieran, pero de momento parece que tiene la muy ladina el dinero a buen recaudo. Y es que, si miramos y repasamos la lista de choricetes de etiqueta negra que han ido cayendo en los últimos tiempos en España, nadie ha devuelto un solo euro de lo mangado. Han echado sus cuentas y al final les salía más rentable estar un tiempo entre rejas y después, de tapadillo, disfrutar de un sueldo para toda la vida que ríanse ustedes del famoso sueldo de Nescafé. La Pantoja y sus acólitos lloran de cara a la galería, pero la folclórica, en la soledad de su presidio, ya se frota las manos con la peineta que le hará a todos los españoles.
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