Manuela Carmena jalea a los inmigrantes ilegales
Ya se nota, ya se siente, que doña Manuel Carmena está presente. Sí, queridos amigos, la alcaldesa de Madrid nos hace ver que ya ha vuelto de sus vacaciones merced a sus primeras medidas tras el asueto de agosto. Para este viaje, no hacían falta tales alforjas. Y es que la primera edil madrileña vuelve igual que se marchó, con ideas del que asó la manteca y del que vendió el coche para comprar gasolina.
Sí, Carmena ha vuelto más ‘inspirada’ que nunca y ahora quiere hacernos comulgar, ya no a los madrileños, sino al mundo mundial, de que ser un inmigrante ilegal es un mérito que debería contar de manera decisiva en cualquier ámbito de nuestra vida, pero especialmente en el laboral. Para esta señora alguien que salta la valla que separa Marruecos de Melilla es, ante todo, un emprendedor, una persona ante la que ella aplaude sin condición alguna y que ese es el tipo de gente que ella quisiera en su ciudad.
Pues mire usted, señora Carmena, métase usted a esos ilegales donde le quepan, es decir, en su casa o en su flamante chalet del Conde de Orgaz. Ya está bien de hacer política del populismo y de ciscarse en nuestras leyes como si fuesen un rollo de papel higiénico. Usted, que además dice que ha sido juez, debería saber mejor que nadie que las normas están para ser cumplidas y la inmigración ilegal, señora mía, es un delito, tanto para quien está en nuestro país sin los preceptivos permisos como quien alienta la misma y la consiente, máxime además siendo un cargo público.
Pero aquí queda claro y patente que Carmena está a lo que está, a seguir apostando por el sectarismo como bandera de enganche de su política y a hacer del Ayuntamiento de Madrid su negociado particular. Ella no piensa en modo alguno en el bien ni en el futuro de los madrileños. La alcaldesa podemita insiste en pisotear las leyes locales, regionales y estatales, aunque luego tengan que pararle los pies ante tamaños despropósitos.
Eso sí, como buena progre, abre la puerta de España a los ‘sin papeles’, pero luego, cuando toca acoger, alimentar y dar un trabajo a esas personas, entonces tuerce la jeta y mira hacia otro lado. Porque claro, una cosa es predicar y otra bien distinta es dar trigo.
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